Afuera la temperatura no supera los cero grados y está oscuro. Adentro estamos a gusto. La música de fondo, el murmullo de palabras en holandés que no comprendo, la risa de Samirah o de alguna de sus hermanas, junto con el vino que corre por mis venas, hacen que me sienta contenta esta noche.
No importa nada. No importa que hoy Dilan me haya contado vía Whatsapp que probablemente me den más quimio, porque a pesar de una respuesta buenísima al tratamiento, han encontrado en los restos mortales de mi teta y de mi axila, un par de células cancerígenas aisladas. Da igual lo que diga anatomía patológica y el protocolo que los oncólogos me asignen, estoy en Holanda, sentada a la mesa con mi familia política y me siento maravillosamente bien. Vivo este exacto momento con felicidad, mañana Dios dirá.
Hoy además, por primera vez en diez meses me he subido a un avión. Hoy he viajado de verdad. He vuelto a volar. Para ser franca, volar en tiempos de Covid no es lo mismo, pero al menos he tenido la oportunidad.
Hace también diez meses que Samirah no visita su país. Hemos tenido la oportunidad de ver a sus padres y sus hermanas que han viajado a España, pero hace al menos un año que no vemos a ningún otro miembro de la familia. A mi mujer le preocupa especialmente su padrino, que es también su tío. Hace mucho tiempo que no les visita y él y su mujer están mayores. Tampoco hemos visto a mi cuñado por el mismo espacio temporal. El día que me dieron los resultados de la resonancia magnética, en medio de mi exaltación por las buenas noticias le propuse a Samirah hacer algo loco e irnos a ver a su familia en el puente. Este año aquí en Andalucía, el festivo de la Constitución y de la Inmaculada Concepción se unen, y lunes y martes serán festivos.
Por supuesto, nos preocupa estar corriendo un riesgo innecesario, pero al mismo tiempo, yo al menos me siento más viva que nunca y quiero disfrutar que lo estoy.
Nos hemos despertado muy tempranito pues el vuelo lo teníamos a las 8.15 de la mañana. A los perros los dejamos anoche en casa de unos amigos, así que fuimos directamente al aeropuerto. El control de seguridad fue más lento y más tedioso que nunca. Hay que conservar las distancias, y la cola parecía inmensa, aunque en realidad había muy poca gente. Muchos negocios dentro del aeropuerto estaban cerrados, no sé si es por la hora, o por el Covid. Había señales y anuncios por todo lado, para evitar que nos juntásemos demasiado, pero a decir verdad, con la poca afluencia de gente, parece un poco innecesario. Sillas, lavabos, secadores de mano, todo estaba etiquetado con algún tipo de recomendación para evitar la propagación del virus.
El abordaje fue rápido, Samirah y yo vigilábamos cada flanco para evitar que alguno de los otros 78 pasajeros embarcando se nos acercara demasiado. Además, yo llevaba una mascarilla FFP3 y encima una higiénica para sentirme extra protegida. Hace unos días leí que el avión es un medio seguro para viajar porque el aire de la cabina se renueva cada dos o cuatro minutos. Por si las moscas, no nos quitamos la mascarilla un segundo.
Volamos a Eindhoven. Diagonal a la puerta de llegadas en el aeropuerto de esa ciudad, había un negocio que se dedicaba a envolver maletas en plástico para que nadie las pueda abrir cuando van en la bodega del avión. Ahora hay un cartel pegado en una de las paredes, que cuenta que han tenido que cerrar por la crisis del Covid. Si en España llueve, aquí no escampa. El aeropuerto parecía un aeropuerto fantasma.
Evianne nos recogió. Cuando las mellizas se abrazaron, yo solo podía ver la cara de mi cuñada, pues Samirah me daba la espalda. Evianne claramente luchaba por no llorar. Mi Samirah por el contrario, daba rienda suelta a sus lágrimas. Después de los abrazos, nos subimos en el Alfa Romeo deportivo que mi cuñada conduce ahora. En el trabajo le han asignado un modelo de coche para un adolescente problemático. Cuando se lo dije, la hice reír un montón. Es fantástico poder volver a reírnos a menos de tres metros de distancia.
En lugar de venirnos a casa de Evianne, fuimos primero a Susteren, porque el gobierno de España obliga ahora a residentes y visitantes a presentar una PCR negativa para entrar el territorio nacional y tenemos que hacernos la prueba del Covid. La medida no sólo es un coñazo para los que quieran volver a casa o visitar el país, sino que además parece un esfuerzo innecesario cuando los últimos 14 días de noviembre los casos de Covid importados están sobre los 220, mientras que los diagnósticos locales han superado los 118.300. Pero hay que hay cumplir la ley, por lo que tuvimos que ir a Susteren a hacer la prueba.
No sé si en otros capítulos he mencionado que los holandeses son gente muy práctica. La prueba del Covid la toman en medio de un parking en un contenedor un poco más pequeño que los que se usan para transporte marítimo. Eso sí, el contenedor está acondicionado y en cinco minutos te hacen tu test con todas las medidas de seguridad. La prueba se compra por internet y solo vas al contenedor a que te saquen las muestras, luego te mandan los resultados por correo y mensaje de texto. 175 euros hemos pagado por los test de ambas. Los vuelos sólo nos han costado 14 euros. Me pregunto cuánto van a tardar las aerolíneas en dejar de volar o en subir los precios de forma estrepitosa, para acabar de fulminar una demanda casi nula. En fin, estos son los tiempos que nos toca vivir ahora.
Para más irritación, no nos pudimos hacer la PCR porque la prueba no puede ser más antigua de 72 horas y por unas pocas horas nos pasábamos, según nos indicó la señora neerlandesa que nos atendió. Mañana volveremos en pijama a las 8 de la mañana y con resaca a sacarnos el test.
Cuando llegamos a casa de Evianne, justo al aparcar en el garaje, recibí noticias que no me hicieron muy feliz. Al parecer ya están disponibles los resultados de anatomía patológica de las piezas que me quitaron durante la cirugía. Para que nos entendamos, ya han analizado la pulpa de mi mama derecha y también de mi axila. Los hallazgos no son malos, pero al parecer no son suficientemente buenos para no tener que volver a recibir quimio y radioterapia.
La quimio es lo que más me asusta. Sé que todo pasa, y que igual que han pasado los ocho ciclos anteriores, los que vengan pasarán, pero siento que esta tortura no termina nunca. Otra vez. Otra vez los días malos, otra vez el cuerpo batallando para recuperarse. Pensaba que estaba en la cima de este Everest que me ha tocado escalar, pero claramente esta lucha contra el cáncer es una cordillera y tengo que seguir subiendo. ¿Cuándo empezará la parte fácil? ¿Cuándo podré ir cuesta abajo?
Después de las noticias he tenido que luchar conmigo misma para no venirme abajo. Ha ganado mi yo que sabe que no tiene sentido arruinar mi finde y el de Samirah sufriendo por algo que no puedo cambiar y que no puedo evitar. Estoy en Holanda, estoy con mi familia. El miércoles que me vea la oncóloga ya me pelearé con la realidad, como lo he hecho por los pasados ocho meses. Ahora que estoy aquí, solo quiero disfrutar.