La mayor parte de estos días los he pasado en la cama o en el sofá, alternando, para no aburrirme. Viernes y sábado durmiendo, fundamentalmente.
Hemos impreso y pegado en el frigo un calendario mensual. Queremos marcar con caritas felices, serias o tristes, los días que pasan. Samirah y yo no nos ponemos de acuerdo en la forma de verlo. Ella piensa que si tenemos en cuenta todo lo que hemos leído sobre posibles efectos secundarios, no debería haber ninguna carita triste en nuestro calendario y yo le digo que tengo derecho a sentirme mal y a poner todas las caritas tristes que me vengan en gana. Al final, como siempre, tiramos por el medio y ponemos una carita seria el día del tratamiento, y ayer, por fin, una carita feliz.
Es increíble cómo te aferras a lo pequeño, al paseo que diste, a un día con solo una pequeña siesta, a un día sin náusea. Llamadas y mensajes de la familia y poder contarle a tu gente, los que están lejos y los que están cerca, que hoy ha sido un día mejor a Dios gracias.
Tampoco os voy a engañar. Ayer domingo amanecí triste. Tanto dormir me hace pensar que mi vida está vacía, existo, pero no vivo. Samirah me echa la bronca y me dice que mis expectativas son un poco ridículas. Estoy triste aunque todo va bastante bien. Y entre bronca y bronca voy tirando, me voy animando, una ducha, una caminata, cocinar juntas. Y de nuevo, te agarras a lo simple, a lo pequeño a lo nimio.
Dentro de mis ridículas expectativas estaba el poder trabajar hoy lunes. Mi mujer me hizo prometerle que me iba a tomar las cosas con calma y creo que me he mantenido en el límite entre lo que para ella es un desmadre y para mi es un día tranquilo de trabajo. ¡Y qué feliz me hace! Feliz de saber que hoy he vuelto al trabajo, feliz de saber que mi cuerpo tira impulsado por mis ganas de recuperar la normalidad. Eso sí, va renqueante. Esta mañana he tenido que poner las letras del ordenador al 120% porque me costaba enfocar. Pero voy moviéndome, engañando a la debilidad con mis pequeñas tácticas: que si estoy cansada, me doy una ducha, que si necesito un break, me tomo un té en el salón.
Tal vez, hoy he abusado de mi cuerpo. Me he dado una caminata de treinta minutos en la mañana y una de cuarenta en la tarde. A la vuelta de la segunda, estaba blanca como un papel, pero con la satisfacción intacta de haber ido un paso más allá. Después de la hibernación, agarrándome a lo pequeño, a lo que importa.