2. Pequeñas victorias

24 de Abril de 2020

He tenido un día intenso. Y una noche también. Escasamente dormí. No es que estuviera martirizándome con mi diagnóstico de cáncer de mama, simplemente, de forma repetida me despertaba en medio de la noche y no podía dormir. Por la mañana, mi corazón amaneció un poco compungido. Pero hay poco que una ducha no arregle. Me levanté, me duché, me vestí y me puse a trabajar. 

En teoría, no debía comer ni beber nada. Sin embargo, me tomé una infusión de jengibre y cúrcuma. El sobre decía que cada 200 ml. aportan dos kilocalorías, así que tan malo no podía ser. Necesitaba engañar al estómago y a los nervios. Creo que soy una de esas personas que come de forma nerviosa. Vivo con hambre. Me acuesto pensando en el desayuno. Mi amigo Dylan me dijo que tenía que ir en ayunas, para que me hicieran todas las pruebas que pudieran. Hice un poco de trampa con la infusión de jengibre. 

El trabajo me devolvió la alegría. Se me olvidó por una hora esto que estoy viviendo. Samirah sacó a Otto a pasear y yo me puse con lo mío. Una de las cosas que más me preocupa es no poder seguir trabajando. Por el tema económico, sí, pero también porque el trabajo me da vida. Por raro que pueda sonar, disfruto mi trabajo. Soy responsable de marketing y ventas de una empresa de software. No voy a explicar ahora exactamente qué es lo que hago porque os vais a quedar igual. No importa. Con lo que os tenéis que quedar, es con que no quiero tener que dejar de trabajar. 

Samirah y yo llevamos tres años juntas. Casi cuatro y en dos días, haremos uno de casadas. Al principio, ella no entendía mi obsesión con el trabajo. Después entendió que es simplemente algo muy arraigado en mí y se resignó a aceptarme así, workaholic como soy. No os equivoquéis, yo también he tenido que cambiar por ella. He tenido que ponerme horas de trabajo y he tenido que fijarme límites. A partir de cierta hora cada día, mi vida es de ella, antes de esa hora, mi vida es de mi trabajo, de mis proyectos, de mis cursos, y de todas las cosas con las que me obsesiono. 

Mi diagnóstico de cáncer de mama no nos ha dejado tener el aniversario de bodas que esperábamos. Pero vivimos unos días que nadie había imaginado. El mundo está patas arriba, y mi vida un poco más. 

Probablemente, mis palabras hasta ahora, no han dado la impresión de que tuve un buen día. Por fortuna, la cosa mejoró. 

A las nueve salimos para el hospital. Mi tía, la pobre, hizo noche en el hospital -donde trabaja- y se quedó allí esperándonos. El ginecólogo me vería entre las diez y las diez treinta. Nos trepamos en nuestra furgoneta. Samirah al volante y yo en la parte de atrás. En estos días  sólo se puede ir dos en un coche, uno delante y otro detrás. Yo prefiero que Samirah conduzca. A ella se le da mejor. Yo tuve un accidente de coche en 2008 y, digamos que, no soy la conductora más hábil. Aproveché el desplazamiento para tener una llamada breve con una compi de trabajo y dejar ciertas cosas encaminadas. Cristy, mi compi, ya lo tenía todo listo, pero yo soy así de apretada y prefiero tenerlo todo bajo control. 

Veinte minutos de reloj tardamos en llegar al hospital. Durante el confinamiento conducir es agradable, porque no hay atascos, no hay gente, y pocos gilipollas circulando. Aparcamos y fuimos caminando al encuentro de mi tía. La pobre nos esperaba fuera del hospital, después de una noche de trabajo. Cualquiera hubiera dicho que la tía se había pasado toda la noche trabajando. Desde luego, se le veía más fresca que a mí. Es muy guapa. Menudita, lleva unas Converse blancas y una blusa del mismo color que se adapta a su torso moreno de forma despreocupada. Se ve diez años menor de lo que es. No nos abrazamos o nos besamos, como haríamos antaño. No está bien, no en estos tiempos que corren. 

Samirah, mi tía y yo subimos a la tercera planta. Usamos las escaleras para tocar menos cosas. No somos conscientes de todas las cosas que tocamos cada día y ahora tenemos que empezar a serlo, con esto del Coronavirus. Cuando llegamos a la tercera planta, nos sentamos en la sala de espera. Samirah un poco más lejos de nosotras, y mi tía y yo con una silla vacía entremedias. Aproveché para conversar un poco con mi tía.  

Sobre las diez de la mañana vimos salir al doctor. Por su expresión, pude ver que me reconoció de la última vez. Es bueno saber que alguien que me ha manoseado una teta se acuerda de mi cara, incluso si voy con mascarilla. Es broma. Al ratito llegó Dylan. Con doble mascarilla y los pantalones marcados en vertical con la palabra QUIRÓFANO. Pregunta por el doctor y, al poco tiempo, pasamos con el médico que me va a ver. Se llama Carlo. Es argentino, pequeñito como Dylan, lo que a mí me da confianza y buena espina. Los hombres bajitos son gente muy lista. Les da Dios en inteligencia lo que no les da en altura. 

Me toca quitarme la parte de arriba de la ropa. Me sorprende que ahora llevo mejor mi desnudez. No me siento horrible porque Dylan me va a ver los pechos. Esto claramente es un efecto de Samirah, que ha desmitificado para mí el mostrar mi cuerpo. Los holandeses llevan mejor estos temas. Tampoco voy a decir que me sentía como en casa, pero al menos, no fue tan horrible. Él me conoce desde hace muchos, muchos años. Desde 2006 para ser concreta, lo que vienen a ser catorce años, pero nunca me ha visto con tan poca ropa. Sólo hemos entrado Dylan y yo a la consulta. Ayer me preguntó si quería que él entrase y yo le dije que sí.  Con él me siento más tranquila.

Me pongo en la camilla. Una de esas peculiares que solo se utilizan en las consultas de ginecología. Gracias a Dios no tengo que subir mis piernas en ningún lado en esta ocasión. Carlo me toca los pechos. Tiene una especie de regla con la que intentará medir mis neoplasias. Por desgracia, la inflamación no le deja. Las heridas de la biopsia y sus secuelas, le impiden sentir con precisión. Me pide que me vista y nos vamos para su despacho. 

Allí hay otro hombre. Creo que es otro médico, pero no sé a ciencia cierta. Lo que pasa en esa oficina, no lo puedo contar con exactitud. Creo que no termino de registrarlo. Escucho la palabra “positivo” muchas veces, pero por primera vez en mi vida, no sé si positivo es bueno o malo. Carlo me dice muchas cosas relacionadas con mi diagnóstico de cáncer de mama, que ahora, a las diez y media de la noche, escasamente consigo recordar. Las lesiones son malas, probablemente me traten con quimio, me tienen que hacer más pruebas, etc. Dylan a mi lado, batalla con las mascarillas que le cortan la circulación en las orejas. Los dos médicos se dividen las pruebas a prescribir. El hombre en el otro escritorio de la habitación, me pregunta si quiero conservar mis óvulos y los tres sanitarios comentan sobre una prueba Gamma y sobre un estudio genético. 

Como he entendido más bien poco, aprovecho para preguntar las pocas cosas que me interesan. 

–Doctor, ¿cómo sé que no tengo esto en otras partes de mi cuerpo? –Aunque la pregunta va dirigida a Carlo que se sienta enfrente mío, Dylan, a mi lado, responde–. 

–Para eso son las pruebas que te vamos a mandar. 

–Okay. 

–Y, doctor, ¿qué tan incapacitante es la quimioterapia? ¿Puedo trabajar?  

Carlo da vueltas, no sé si me responde a lo que pregunto. Como resumen saco que si mi trabajo no es físico, es posible que pueda trabajar. Eso es bueno. 

La cita termina. Doy las gracias y Dylan y yo salimos. Le pido que me traduzca y me cuente todo lo que acaba de pasar. Dylan me dice que esperemos a estar de nuevo con mi tía, para que no tenga que volver a repetir la misma retahíla. 

Lo que voy a decir ahora, no tiene ningún rigor médico o científico. Probablemente, los términos no son los adecuados. Solo es lo que yo entendí. Con lo que yo me quedé. 

Al parecer, mis tumores tienen muchos receptores que les hacen susceptibles de ser tratados con tratamientos conocidos. Esos son los positivos que he escuchado y, gracias a Dios, en este caso, son positivos buenos. Me van a tratar con quimio probablemente y otros medicamentos, pero primero, lo tiene que decidir un comité oncológico. Me harán pruebas para asegurarnos de que no tengo cáncer en otros sitios. La prueba Gamma nos va a ayudar a saber si lo tengo en los huesos, pues hay una correlación entre el cáncer de mama y el cáncer en los huesos. Dylan me recomienda que me dé de baja laboral al menos durante los dos primeros ciclos de quimio, para que esté tranquila y porque no sabemos cómo mi cuerpo va a reaccionar. 

Repito: todo lo que acabo de decir, no tiene rigor científico o médico. Es lo que yo he entendido. Espero haberlo entendido bien. 

Después de explicarme todas estas cosas, Dylan también me dice que me baje para que me tomen pruebas de sangre que él ya ha ordenado y para que me pongan una vía. Luego tengo que ir a Rayos, para que me hagan un escáner. La vía es en caso de que necesiten ponerme un contraste. 

En Rayos me atienden rápido. Paso a una habitación grande en la que en medio reposa una camilla que antecede a un anillo blanco y grande. Philips reza en la parte más alta del aro. La televisión del salón de mi casa es Philips, no termino de fiarme del escáner. Se lo comento a mi mujer. Es un chiste privado. Philips es holandés, concretamente de Eindhoven, una ciudad un poco más al norte de donde Samirah es. 

Me pongo una bata y me quito solo la mitad de la ropa. Los pantalones los puedo conservar. Luego paso a la camilla y me hacen levantar los brazos por encima de la cabeza. Debo mantener mis extremidades superiores dentro de la camilla mientras se mueve hacia el aro. Algo dentro del escáner gira, haciendo un poco de ruido. Siento calor en la cara. No es una prueba desagradable como la biopsia. La voz monótona de una mujer me indica desde un altavoz que tome aire, que lo libere y que no me mueva. Pronto termina la prueba. Ya está, nos vamos a casa, que sea lo que Dios quiera. 

El camino a casa es precioso. La carretera que conecta el hospital con mi municipio en buena parte va pegada al mar. El día de la biopsia vi delfines cuando volvíamos a casa. Al menos así puedo ver el Mediterráneo. Hoy está enfadado, las olas se revuelven una tras otra y el cielo parece molesto también. Vivimos días grises, pero sigue siendo el mar, y sigue siendo hermoso, cuando se enoja, cuando cambia de color, cuando está gris, cuando ruge más de la cuenta. Sigue siendo una de las cosas más bonitas que existen en este mundo. 

En casa me pongo a trabajar para aliviarme todos los males. Converso con una compi de trabajo que está preocupada por mí y luego me pongo con las cosas que tengo pendientes. Mi día transcurre con una rutina casi normal. 

Un poco antes del almuerzo, me llama Dylan. Ya tenemos los resultados del escáner. No tengo cáncer en otras partes del cuerpo. No me estoy muriendo, ni estoy desahuciada. Tengo cáncer, pero no es tan malo. Pequeñas victorias. Samirah y yo nos abrazamos y lloramos un poquito, pero estamos felices. Tan felices como puede estar una familia que tiene cáncer. Se lo cuento a los demás y todos celebramos, el primer día bueno de muchos que vendrán.

No voy a entrar en muchos más detalles de mi día. Sólo os diré que hoy he hablado con personas importantes para mí. Mi mejor amiga, mi jefe, una amiga y compañera de trabajo. He sentido su afecto, he sentido que están conmigo en esta lucha que comienzo y que comienzo ganando, con esta pequeña victoria.

cenando en casa 18 de abril
Cenando en casa 18 de abril de 2020

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