23. Viaje

23 de Agosto 2020

En otras ocasiones he dicho que el cáncer es como un viaje. Cada vez estoy más convencida. Es un viaje físico a los límites del cuerpo, pero también es un viaje espiritual. Quizás de la parte espiritual no he hablado mucho aún. Estoy de lleno en el viaje y aún me cuesta sacar conclusiones.

Lo que sí os puedo decir es que este viaje, si alguna vez os toca hacerlo -que espero que no- os llevará a sitios que no teníais pensado visitar. Os llevará al pasado para buscar respuestas, os llevará al futuro buscando la ilusión y, al final, poco a poco, os irá trayendo al presente, con la certeza de que no hay otra forma de vivir esto que en el aquí y en el ahora.

También he dicho otras veces que el cáncer es como una guerra y en muchos sentidos lo es. Llega un día, sin que te lo esperes. No hay manera de aislarte de él, está por todo lado y amenaza lo fundamental que tienes: la vida. Entonces te das cuenta de que lo que era importante ya no lo es tanto y tomas lo imprescindible, porque el resto no lo puedes llevar contigo. Sólo tienes tu cuerpo, tu voluntad y la esperanza de que Dios o aquello en lo que crees te dará fuerzas y que te protegerá. Tantas cosas que tardaste mucho tiempo en construir y que entendías parte de ti -como la profesión, la reputación, las cosas materiales de las que has estado tan orgulloso- se redefinen en tu nivel de importancia.

El cáncer te convierte en un refugiado, te obliga a emprender un viaje que nunca quisiste hacer. 

Yo que siempre he sido esta profesional, apasionada por el mundo del marketing y de las empresas, ¿quién voy a ser cuando no pueda trabajar? ¿cómo lleno ahora las horas del día que antes parecían no alcanzar cuando mi cuerpo y mi mente no me dan para estar al nivel de antaño? ¿qué es lo que me gusta hacer cuando no estoy trabajando?

Este viaje-guerra te devuelve un yo desnudo, que tiene que redescubrirse. Por ridículo que parezca, para mi ha sido un desplazamiento hacía lugares nunca visitados y en los que no tenía ningún interés. He tenido que visitar esos lugares para responder preguntas tan básicas como ¿cómo me siento? ¿soy feliz? ¿estoy haciendo de mi vida lo que debo?

Suena duro y suena intenso y lo es, para lo bueno y para lo malo. Porque descubres también que este viaje no lo haces sola o solo, lo haces con la gente que te quiere, que también va como tú, sin armas y sin chaleco antibalas, pero de forma incondicional. Y con sorpresa, te das cuenta de que algunas personas de las que quizás te habías alejado un poco, en medio de la noche se ponen el abrigo y salen contigo en tu viaje, y están allí, a lo largo del recorrido, dándote aire, preguntándote si pueden hacer algo por ti, lo mínimo que sea. Y entonces, la gente que estaba lejos ya no está tan lejos. 

También es una maratón esto del cáncer y al lado de la carretera, mientras te dejas la piel y las piernas,  se va posando gente que te conoce y gritan tu nombre y te mandan ánimos y fuerza, y una llamada cada cierto tiempo para saber cómo lo llevas, un WhatsApp o una tarjeta. No estás sola/solo. Este viaje nos acerca.

Llegada a este punto de mi viaje, comienzo a notar que hay otra gente marchando largas jornadas por este mismo camino. Cada uno con sus peculiaridades, con sus diagnósticos, con sus efectos secundarios. Con sus familias, miserias y alegrías. Y nos cruzamos en el pasillo esperando a la oncóloga o a la farmacéutica, o nos sentamos uno al lado del otro por una horas mientras nos enchufan el tratamiento. No siempre hablamos, pero cuando lo hacemos, nos damos cuenta de que no estamos solos. Somos muchos -muy a nuestro pesar- pero otros han caminado ya este camino y se puede, otros van un poco más adelante y te dan ánimos, a veces sin mediar palabra, sólo con una sonrisa honesta: seguimos vivos, seguimos dando la batalla.

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