Ya estamos en julio. La semana que viene, el día miércoles, me pondrán mi cuarto chute de quimio. Será el último ciclo de la primera parte de mi tratamiento. El tiempo pasa y pasa rápido. Podría parecer, tras la lectura del anterior capítulo, que me encuentro muy mal. No es así.
El tratamiento contra el cáncer, o al menos el mío, es un poco como una montaña rusa y uno va pasando por todos los estados, a veces arriba y a veces abajo. Además de una montaña rusa, es también un proceso cíclico. En mi caso, los ciclos son de veintiún días y esos veintiún días dan para mucho.
Dicen que no a todo el mundo la quimioterapia le sienta igual. Dicen también que es un poco como el embarazo, cada mujer en cada embarazo desarrolla unos síntomas particulares.
En mi caso, el ciclo empieza sintiéndome muy mal físicamente. No sé cómo describirlo exactamente, para mi es como una bajada de tensión. Samirah dice que me pongo amarilla y con muy mal semblante. Mi cara debe ser el reflejo de la manera en la que me siento. Lo bueno es que puedo dormir y mientras duermo, generalmente, no siento nada. Un barreño descansa siempre en el suelo del lado de la cama del que duermo, aunque hasta ahora nunca he vomitado.
Para Samirah el miércoles de la quimio es lo peor, está siempre preocupada y le duele verme así. Se queda muy pegadita a mi por las noches, pero con cuidado de no molestarme. Normalmente, le gusta el olor que desprendo al respirar, pero no esos miércoles. Dice que huele a químico. Igual que mi orina. Regularmente me toma la temperatura, con tres termómetros diferentes para asegurarse.
Los jueves ya no me siento tan mal. Puedo hacer un poquito más de vida, aunque con molestias varias. Estoy estreñida por la pastilla que me dan para las náuseas y el estómago está muy revuelto. El cuerpo no tiene mucha energía y no me apetece comer nada que no sea muy simple: una patata, un huevo, un poco de arroz blanco o fruta. Tomo agua como loca, al menos dos litros al día, para que todos esos químicos abandonen pronto mi cuerpo y no destruyan más de lo necesario. En la mañana normalmente, fuerzo mi cuerpo a caminar al menos por treinta minutos y después, básicamente estoy dormitando todo el día. Me muevo entre la cama y el sofá. También siento frío de forma constante y siempre estoy tapada.
El viernes llega y los peores síntomas van remitiendo. De nuevo puedo salir a caminar un poco, pero el cansancio persiste. A estas alturas, normalmente comienza a causarme ansiedad la constipación. En los últimos dos ciclos, el día viernes ya he tenido fuerzas para conectarme un rato con el ordenador y ver si no tengo nada urgente del trabajo sin gestionar. De cualquier manera, al inicio del ciclo, los días miércoles, jueves y viernes no estoy trabajando.
Llega el fin de semana después de la quimio y aunque sigo tomándomelo con calma, es el momento de volver a la vida. Usualmente quedamos con mi familia sábado o domingo y suele ocurrir también que recibamos alguna visita. Sigo saliendo a caminar de forma sagrada y trato de retomar la alimentación normal. En términos generales ese fin de semana, aunque muy cansada, vuelvo a ser persona de nuevo.
Los lunes después de la quimio vuelvo al trabajo. Trabajo desde casa. A las nueve de la mañana o incluso antes, estoy ya sentada frente al ordenador. Me cuesta mucho enfocarme los primeros días. Tengo que aumentar el tamaño de la letra del ordenador, leer las cosas dos veces, o hacer pausas frecuentes. Esto me frustra un poco, pero es una cuestión de perspectiva. Estoy trabajando y eso es bueno.
A lo largo de esa semana voy retomando mi ritmo de vida y de trabajo. No puedo decir que en algún momento alcance el cien por cien de la normalidad o que consiga sentirme como antes de la quimio, pero al menos, me acerco. Estoy quizás a un setenta u ochenta por ciento de mis capacidades al término de esa semana. De ahí en adelante todo es más llevadero. Hacemos planes, vemos amigos, comemos con la familia, me tomo algunos vinos. Incluso hemos ido a Cádiz un fin de semana.
La naturaleza repetitiva del ciclo también me permite hacer planes y programarme mejor. Sé cuándo no se puede contar conmigo y cuando es probable que esté bien. También me consuela saber que pasa y que simplemente tengo que tener paciencia y mantenerme positiva.
Quería dedicar este capítulo a que se entienda que no todo es tan malo. Sé que en el capítulo anterior hice un poco de catarsis y me permití ser bastante negativa, pero tengo que hacer honor a la verdad y contaros también que no es tan malo, que hay vida durante y después del cáncer de mama.