9. Seis meses para decir adiós a una teta.

5 de mayo 2020

9:45 de la mañana. Me bajo de nuestra furgoneta en el parking del hospital justo a la hora a la que tenemos la cita con la oncóloga. Con parsimonia, Samirah se pone la mascarilla y los guantes, yo la achucho para que nos demos prisa. Para ser justas, el que vengamos tarde no es su culpa, es más bien la mía. Me he tomado todo el tiempo del mundo esta mañana para desayunar, ducharme, vestirme, etc.

Aceleramos el paso, yo dejo a Samirah ligeramente atrás. Cuando llegamos, mi tía ya estaba allí, esperándonos. Poco después sale una auxiliar muy maja a hacerme unas pocas preguntas. Que cuánto peso, que cuánto mido, que si tengo alergias a algo, etc. Me dice que lo va a preparar todo y que me vuelven a llamar.

En casa, Samirah me había dicho que quería enterarse de todo lo que diga la oncóloga. Por desgracia, solo puede pasar un acompañante conmigo y, las dos habíamos llegado a un acuerdo de que probablemente era mejor para mí que fuera mi tía, ya que el español de Samirah todavía no le permite entenderlo todo a la perfección. También habíamos decidido, por las pasadas experiencias, y porque habíamos leído que es recomendable para no olvidar los detalles, grabar la sesión. Se lo consulto a mi tía. A nosotras nos parece un poco raro e incómodo preguntar. Mi tía me dice,

–Pues grabe y no pregunte. ¡Qué se van a enterar!-.

Y yo le sigo la corriente aún a sabiendas de que no debería. Pero es que no me quiero perder detalle y tampoco pasar por la fatiga de preguntar.

Por fin pasamos al consultorio mi tía y yo, en él hay dos escritorios y una camilla. En un escritorio está la auxiliar y en el otro la oncóloga. Dos sillas frente a la mesa de la oncóloga se nos ofrecen. Las sillas están pegadas a la pared y entre el escritorio de la doctora y nuestras sillas media bastante espacio para que no nos contagiemos el Coronavirus.

La doctora lleva gorro y mascarilla. Detrás de las gafas me miran unos ojos amables. Es una chica joven, quizás cerca de mi edad, quizás más joven. Le pregunto por el pronóstico de mi enfermedad. Me dice que es bueno, que hoy en día existen tratamientos específicos para mi dolencia y que, naturalmente, pueden surgir complicaciones, pero que cree que va a ir bien. Eso sí, es largo de cojones. Si estaba esperando un paseo, con las explicaciones de la doctora me doy cuenta de que va a ser más bien un viaje transatlántico.

Me explica el tratamiento la primera vez, pero me dice que me centre en la primera parte. Yo creo que tiene razón y que debo ir peleando cada una de mis batallas pero, al mismo tiempo, quiero saber lo que me espera.

Primero tres meses de quimioterapia. Los medicamentos que me van a poner son Doxorrubicina y Ciclofosfamida. Luego me darán otros tres meses de quimio más anticuerpos. Me pondrán taxanos y Trastuzumab y/o Pertuzumab. Estos últimos dos medicamentos son los que me ponen porque mis tumores son positivos para la HER2.

Después de estos seis meses que no prometen nada bueno, vendrá el momento de decir adiós a mi teta derecha. La doctora me ha contado que al estar mi cáncer en diversos puntos, con casi toda probabilidad, no se arriesgarán a dejar la mama y que el cáncer pueda volver en el futuro.

El viaje no acaba allí. Tendremos otros nueve meses de anticuerpos (Trastuzumab y/o Pertuzumab), pero en esta fase serán administrados como una inyección. Una vez terminada esa parte, es decir, a los 15 meses, pasaremos a la terapia hormonal, que será una pastilla de Tamoxifeno, que es el tratamiento específico que se me da porque mis tumores son positivos para estrógenos y progesterona. Tendré que tomarla por cinco años. Como véis, el camino no será corto.

Es difícil de digerir. Mucha información y es difícil pensar en todo lo que se viene.

La doctora me habla de los efectos secundarios. El pelo se me va a caer sí o sí, y voy a ser muy susceptible a las infecciones. Yo me he llevado algunas preguntas preparadas. Las tengo en una aplicación del móvil.

Abro la aplicación. La doctora puede que lleve gafas, pero su vista alcanza para detectar en mi teléfono que la estoy grabando. La pobre se pilla un cabreo. Que si es una falta de respeto, que debería saber mejor, que si le hubiera preguntado…

Con el cabreo de ella yo me siento diminuta. Sé que me he equivocado y sólo puedo tratar de explicarle mis motivaciones. Ella se desahoga un ratillo, pero sin levantar la voz de forma excesiva o ser grosera. Todo lo contrario y quizás eso contribuye a que me sienta peor. Me pide que borre la grabación. Yo la borro, pero le explico que cuando salga de su oficina, me voy a acordar solo de los diez minutos de una conversación de cuarenta y cinco. Entonces, ella me hace un esquema en una hoja del consentimiento informado para que se me quede mejor cómo va el tratamiento.

La reunión prosigue, básicamente repitiéndome cosas que ya me había dicho pero que yo ya he olvidado o que no he entendido. Al fin me levanto para irme y me dice que aún no, que me tiene que explorar. Me toca con manos gentiles. Después de mis quinientas disculpas, ella ha vuelto a estar un poco más relajada. Yo lo agradezco, pero aún me siento fatal. Mi propia culpa, por supuesto.

Total, que mañana empezamos este viaje transatlántico de 15 meses más cinco años. Nos vamos a casa, mañana más.

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