4. Aniversario

26 de Abril de 2020

Son las doce, hoy es domingo y aún estamos en pijama. Hace un año, a esta misma hora, nos estábamos casando. Para ser honesta, este no es el aniversario que me esperaba, pero es el que tenemos y gracias a Dios que lo tenemos. Así que hay que celebrarlo. No nos podemos ir a un restaurante a por una cena especial. No podemos tampoco viajar, que son dos de las cosas que más nos gusta hacer en nuestro tiempo libre. Las nuevas reglas de vida que nos ha impuesto el confinamiento por el COVID-19, nos dejan estrecho margen para planificar nuestra celebración.

Resulta un poco increíble pensar que ya hace un año que reconocimos ante el Estado y ante la mayoría de nuestros seres amados que queremos estar juntas por lo que nos queda de vida. Da igual cómo, pero queremos celebrarlo y brindar por aquel día que quedará por siempre para el recuerdo.

Nos casamos en el Ayuntamiento de Mijas. Hacía un día espectacular, un poco de aire, pero en el cielo no había una nube. Cuando pusimos la fecha, teníamos miedo de que el tiempo no acompañase, porque abril puede ser lluvioso. Pero decidimos aprovechar que mis suegros tenían ya preparado un viaje a Málaga para esa semana y que mis cuñadas podían venir. Los de fuera eran la mayor preocupación porque son los que más logística requieren.

Hasta último momento, no tuvimos claridad sobre dónde se iba a realizar la boda. Normalmente, en Mijas las bodas se realizan en el salón de actos del ayuntamiento, pero ese año, el presidente del gobierno convocó elecciones anticipadas porque no pudo aprobar los presupuestos y la fecha que mejor le pareció fue la del fin de semana de mi casamiento. En el salón de actos iban a guardar las urnas. Yo me casaba un viernes y las elecciones eran el domingo, por lo que las urnas debían estar allí custodiadas y por seguridad, nadie podía usar el espacio. Entonces nos dijeron que tendríamos que casarnos en un pasillo en medio de un patio en la planta baja del ayuntamiento. Al principio nos lo tomamos como una mala noticia, pero la verdad es que el patio es precioso y, probablemente, mucho más agradable para casarse que el salón de actos. Los colores de las plantas del patio, rompían la monotonía del blanco de las paredes del ayuntamiento. Las flores en el vestido de Samirah y en mi blusa, lograban el mismo efecto en nuestros níveos atuendos.

Además del tiempo y la incertidumbre del lugar de celebración, no nos faltaron anécdotas. Por aquel entonces, el español de Samirah era bastante limitado y en el ayuntamiento nos dijeron que era necesario que alguien tradujera a Samirah la ceremonia.  Llevamos a una mujer mayor de intérprete. La buena mujer, iraní,  que se ofreció a hacernos el favor, se puso tan nerviosa durante el evento que no llegó a traducir ni la mitad de la celebración. Yo lo pasé peor por ver los apuros que estaba pasando la señora, que por el fiasco de la traducción en sí. Al final traduje casi todo y la ceremonia fue preciosa.

Otra cosa que nos pasó, fue que el coche que transportaba a las novias se rompió justo antes de llegar a casa de Bernardo, en donde teníamos la comida. Bernardo es la pareja de mi tía y en su ático celebramos nuestra boda. Mi cuñado, mi suegro y yo, con nuestros trajes impolutos, a 30 grados de temperatura, tuvimos que empujar el viejo Volvo de Bernardo. Ahora nos reímos de ello, pero la verdad es que ese momento fue un poco estresante. Mi cuñada y mi cuñado tuvieron que subirme el ánimo mientras empujábamos el coche.

A partir de ahí, se acabaron los disgustos. Treinta personas comimos, bebimos y bailamos en la terraza de Bernardo, con vistas a la catedral y al mar, y más engalanada que cualquier restaurante o lugar de eventos. No cambiaría nada del día que me casé, excepto poder tener a mis hermanas y a mi padre conmigo.

 Volvamos al presente. Samirah y yo ponemos la mesa, comeremos en la terraza. Juntas cocinamos una receta que nos ha enviado mama, mi suegra. Tagliatelle con un pesto de aguacate, salmón, tomate Cherry y rúcula. Cuando la comida está lista, nos sentamos a comer. Brindamos por los muchos aniversarios que vendrán.

 A diferencia del día que nos casamos, hoy el cielo no es de ese azul claro infinito que se extiende hasta donde los ojos pueden ver, hoy es gris. El firmamento está encapotado, cubierto de nubes que se  apretujan las unas contra las otras, luchando por su propio espacio, claramente enfurruñadas, molestas.

Después de la comida, hablamos con papa y mama. Les contamos las noticias. Claramente afectados, hacen un esfuerzo grande por transmitirnos calma y positividad. Nosotras hacemos lo mismo. Es duro estar lejos de los seres queridos en las celebraciones, pero mucho peor es no tenerlos en los malos momentos. Para mí es sólo el preludio del día que me espera. Ya que sabemos que esto no es simplemente un susto y que días duros se avecinan. No tiene sentido guardar el secreto. Los que me quieren y están lejos tienen que saberlo.

Saco a Otto a caminar y me llevo el teléfono con los auriculares. Primero es el turno de mi hermana. No había querido molestarla hasta ahora. Ella tiene suficientes preocupaciones en la cabeza. En Estados Unidos la situación ahora mismo es bastante compleja con el virus. América ha vuelto a ser grande -como predicaba Trump en su campaña electoral-, pero en contagios y en muertes. Veinte millones de americanos han solicitado la ayuda por desempleo, escuché en las noticias hace unos días. Mi hermana y su familia no pueden hacerlo. No había querido molestarla hasta ahora con una preocupación más, pero es tiempo de hacerlo. Mientras le cuento, llora de una forma sosegada, resignada. Así es mi hermana, mucho más tranquila que yo, pero mucho más emocional. Yo hago malabarismos para no llorar con ella. De fondo se escucha la vocecilla de Nicole, exigiendo la atención de su madre, inocente aún de lo doloroso que puede ser vivir.

Después de mi hermana, siguen mi padre y mi hermana pequeña. A ellos les pasa como a la mayoría, que lo escuchan pero no lo registran en realidad. Mi padre y yo hablamos del clima y de las cosas de Trump tras hablar del cáncer. Él y yo nos parecemos mucho en muchas cosas. En esta calma que mostramos que muchas veces puede parecer indiferencia.

Cuando llega la noche, me siento derrotada. Como si me hubiera atropellado un camión. Físicamente cansada. Le digo a Samirah que siento como si estuviera cargando un enano sobre los hombros y ella se ríe. Mañana será otro día.

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