Las mañanas es lo que peor llevo últimamente. Hoy he pedido a Dios que me dé fortaleza. Tengo que ser capaz de tirar, tengo que ser valiente y fuerte. Es solo un momento, va cediendo, va aflojando y me recompongo. Me levanto de la cama y tiro.
Una teta redonda me mira desde el espejo. Voluptuosa, como una fruta madura, tropical, pintada en un gradiente de púrpuras, verdes y amarillos. Le digo a Samirah que con el hematoma mi teta parece una fruta tropical, ella me dice que quizás un mango. Yo le digo que no, que parece algo más exótico.
Es raro, pero en estos últimos días he notado lo bonitos que son mis pechos. Nunca lo pensé así. Las tengo ligeramente separadas y, en verano, tienden a separarse más. Debe ser el calor. Una vez mi abuela me las vio y me dijo “tiene las mismas puchecas de la abuela”. Puchecas es la forma coloquial de llamar a las tetas en Colombia. Yo no me lo tomé como un cumplido. Nunca las he admirado mucho. Me recuerdo muy joven en el bus, sufriendo con los baches de la carretera. Llevo una 95C.
Me doy una ducha temprano porque ayuda. Samirah se va a pasear al perro y poco a poco, el día se compone. Barro la terraza, riego mis plantas, me corto una callosidad que me está saliendo entre el dedo pequeño y el que le sigue en el pie izquierdo. Bebo café, mucho café. Y así, la alegría de vivir me va conquistando. Edito un poco estas primeras páginas mientras vigilo al robot aspiradora para que no se trague las piezas del puzzle de Samirah, que ha secuestrado el suelo de nuestro salón. Así me encuentra ella cuando vuelve con el perro.
Otto ha sido malo. Se ha enzarzado con otro perro más pequeño.
–What a dick! –dice Samirah.
Lo tendremos que ignorar por unas horas. El día se va deslizando entre ocupaciones tontas. Ella va al supermercado y yo llamo a una amiga y le cuento, mientras extiendo la ropa en la terraza y preparo más café.
Es curioso que siempre la primera vez que le digo a alguien que tengo cáncer de mama, parece que no lo registra. La primera vez que lo hice me resultó llamativo, hiriente. Pensé que a la persona a la que se lo había dicho le importaba una mierda. Fue a una compi de trabajo. Al día siguiente, ella actuó completamente diferente, como si hubiera tardado 24 horas en entender lo que le había dicho el día anterior. Lo mismo me pasó con otra compañera, con mi mejor amiga y hoy también con esta buena amiga. La gente no demuestra una emoción acorde con lo que está pasando. Está pasando algo muy malo, y la persona a la que se lo estoy contando parece tomárselo como si le hubiera contado que he suspendido un examen. La mayoría, eso sí, se quedan sin saber qué decir. Pero para mí es un buen ejercicio. Porque pienso que yo estoy igual. No estoy segura de haberlo asimilado. Así que creo que cuanto más lo diga, más rápido lo voy a interiorizar. Samirah también me ha contado que una de estas mañanas, al mirarse al espejo, ha tenido que recordarse que esto que estamos viviendo es real, y que es mejor aceptarlo cuanto antes.
Hoy hemos almorzado pitas. Mi mujer ha preparado una salsa de yogurt, pepino y ajo. No he parado de eructar ajo todo el santo día. Después de comer, hemos hablado con sus padres. Ellos sabían del bulto en el pecho y de la biopsia, pero no sabían los resultados aún. Las primeras noticias ya se las habían tomado un poco mal. Samirah ha estado retrasando un poco el hablar con ellos. Es una conversación que no quieres tener con la gente que te importa. Yo la entiendo, porque yo aún tengo que hablar con mi hermana y con mi padre y el pensamiento me llena de tristeza. Pero estamos pidiendo a todos ser fuertes y positivos. Es importante para mí, es importante para Samirah. Es importante para todos mantenernos positivos.
La tarde se nos va, a mí echando una siesta y a Samirah viendo la televisión. Luego vimos una peli de animación. A Samirah no le gustan las películas de drama, que son mis favoritas. Ella prefiere las pelis de terror, las comedias o las de acción. Las de animación también le gustan, pero yo nunca quiero verlas. ¡Somos tan diferentes!
Sobre las diez de la noche me llama mi tía. Me pregunta si Dylan me ha llamado. Le digo que no y me pongo en guardia. ¿y ahora qué? Mi tía me cuenta que el servicio que puede extraerme los óvulos no se encuentra en operación en la actualidad por el tema del Coronavirus. No se sabe cuando van a volver a estar operativos. También me dice, básicamente, que con estos genes que dejan tanto que desear, para qué quiero hijos. Me lo dice en un tono más sutil y más dulce, por supuesto. Yo le digo que voy a comentarlo con Samirah, pero que no creo que retrasemos el tratamiento.
Samirah siempre me ha dicho que, de tener hijos -ella no está muy segura de querer-, le gustaría que se parezcan a mí o a nosotras. Dice que teniendo un niño negro o asiático, y siendo dos madres lesbianas, sólo podemos garantizarle un futuro de bulling a nuestro niño. Yo me lo tomo a broma, pero no sé qué tan en serio habla ella. A mí me da igual. Creo que si mañana nos dejan un niño abandonado en la terraza, lo voy a querer tanto como si fuera fruto de mis entrañas. Pero en esto estamos de acuerdo. De nada le sirvo a un niño si estoy muerta. Yo lo he vivido en carne propia. Mi madre murió en un accidente cuando yo tenía siete años. Mi hermana y yo no lo hemos tenido precisamente fácil. Al menos podemos tomar esta decisión juntas en unanimidad. No vamos a retrasar el tratamiento.