Hace calor. Estamos a finales de mayo y las temperaturas veraniegas del sur ya se dejan sentir con fuerza. Otto se esconde detrás de unas ramas que con delicadeza se mecen sobre la superficie del agua. Al río lo decoran algunas manchas de terciopelo vegetal que flotan a su antojo y que no llegan a enturbiar el agua cristalina que fluye por el río Gomenaro o Fuengirola. El nombre depende del ayuntamiento y del tramo.
Pájaros, ranas y quien sabe qué otras criaturas se dejan escuchar en ese concierto natural que tengo de fondo. A Samirah la cubre el agua hasta la rodilla y las botas, atadas a la mochila, le cuelgan en el lateral. Yo estoy cansada, pero es bonito verla reírse con un Otto que se debate entre el entusiasmo por el agua y el miedo a no poder nadar. ¡qué perro más extraño tenemos!
El agua está fresca y Samirah echa a andar, yo los filmo desde el agua también con mi teléfono, mientras Otto la persigue con el rabo martilleando de forma frenética de izquierda a derecha en gesto de felicidad. Cuando el agua empieza a cubrirle más de la cuenta, el can le imprime velocidad y corre y salta sin parar hasta llegar a la orilla. La chapita con su nombre retintinea incesante al golpear el collar, en una canción calma que se pierde entre las notas de la sinfonía natural del río.
Otro día que vivo, otro día que pasa sin que pase nada extraordinario. Tal vez eso es bueno, saber que la vida continua, con sus pequeñas aventuras insignificantes, nada extravagantes y que forman también parte de lo que es existir. Gracias a Dios que podemos disfrutarlo.