Llevo días sintiendo que me preparo para una guerra que no quiero luchar. La gente a mi alrededor se prepara conmigo. He decido que me voy a cortar el pelo, he ido al nutricionista y he leído mucho. También hemos cambiado nuestra alimentación para asegurarnos de que como suficiente proteína y muchas más verduras que antes. Son nuestras pequeñas tácticas de guerra. La estrategia: mantenerme ocupada, activa y lo más saludable que pueda durante el tratamiento.
Estamos recibiendo emails de familiares y amigos, algunos de ellos muy bonitos e inspiradores de personas que saben a que me enfrento. Mi familia y mis amigos se mueven de forma silenciosa, como un ejército de hormigas para hacer lo que puedan para protegerme, para cuidarme.
Mañana me ve el oncólogo. En realidad, es una oncóloga. Samirah me dice que tiene curiosidad por saber cómo es ella. Yo no tengo ninguna, ojalá no tuviera que conocer a esta persona nunca o no por lo menos en estas circunstancias. Se supone que la doctora me va a contar cómo se va a realizar mi tratamiento y esta o la siguiente semana empezaremos.
Intentaré hacer muchas preguntas. Espero que mis preguntas sean bien recibidas y que mi doctora tenga paciencia. No espero que se compadezca de mí, pero sí que entienda que voy a una guerra y que no quiero ir con una venda en los ojos. Me preparo mi batería de preguntas, ojalá y la memoria no me falle, aunque por si las moscas, las llevo anotadas en una aplicación del móvil. Samirah ha leído por ahí, que es recomendable grabar la reunión con el médico, pidiéndole permiso, claro. Es siempre mucha información y el estado mental no es el mejor para captarlo todo. Quizás lo hagamos mañana. Mi tía también va, Samirah de un flanco y ella del otro. Estoy en las mejores manos, tengo mucha gente pensando en mí y acompañándome. Todo tiene que salir bien.