29. Pulpa

9 de Noviembre del 2020

Parezco un arbolito de navidad. 5 pequeños balones cuelgan debajo de donde antes estaban mis pechos. Algunos se ven rojos, rellenos de sangre que me brota de las heridas, otros tienen un líquido cristalino y otros apenas tienen nada. Son mis drenajes, que me acompañarán tal vez por un par de semanas. No lo sé con exactitud. 

El 3 de noviembre me operaron. In extremis decidí que quería también hacerme una mastectomía profiláctica en mi mama izquierda. Así que básicamente ya no tengo mamas. Y en el lado derecho también me han quitado los ganglios. Mastectomía radical y vaciamiento axilar. 

Me han conservado el pezón y la aureola. Si mis pechos fueran frutas, es como si con una cuchara me hubieran sacado la pulpa y sólo hubieran dejado la cáscara o el exterior. Pero no me han dejado agujeros vacíos, me han puesto dos expansores, uno en cada lado. Los expansores son una especie de bolsitas que contienen algo de agua salada y que, tras la cirugía, poco a poco irán rellenando con más solución salina.

De acuerdo con el Consorcio MAR Parque de Salud de Barcelona, lo que hacen con la técnica que utilizan en este tipo de cirugías  es 

“crear un espacio bajo el músculo pectoral mayor para colocar el expansor, que actúa como una especie de implante temporal. ”

El adiós a mis tetas fue muy tranquilo. Nada de grandes ceremonias. Aunque sí que me tomé unos breves minutos, desnuda frente al espejo, para agradecerle a mis mamas que me hayan acompañado por estos 37 años y también les dejé saber lo hermosas que eran. 

De la cirugía y los dos días siguientes me acuerdo muy poco. Es un borrón, una bruma. No es un mal recuerdo tampoco. Mi amiga Bego, que también ha sufrido una mastectomía bilateral, me dice que ella tampoco recuerda muy bien, que es como si nuestro cerebro intentara protegernos borrando el recuerdo. Puede que sea eso o puede que sea la anestesia. Quién sabe, el caso es que recuerdo más bien poco. 

La recuperación es dolorosa. Moverse, incluso respirar duele. Es incómodo también, porque hay que dormir boca arriba y llevar una banda de sujeción que te aprieta como un demonio. No os voy a mentir. ¿Para qué? 

La buena noticia es que los cambios cada día que pasa son muy notables. El dolor cede y poco a poco se va recuperando la movilidad. Es un ejercicio de paciencia. Ya no tengo cáncer y eso es lo que cuenta. Quiero pensar que la parte más difícil de este viaje transatlántico me la he dejado ya atrás. Comienza el descenso de mi particular Everest.

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